domingo, 17 de abril de 2011

Norberto Gómez


Por Julia Oliva Cúneo


Ya los stoas de los griegos, y antes que ellas los pórticos de los egipcios o las puertas babilónicas, eran concebidas como instancias que marcaban el ingreso a una realidad sagrada, como ritos petrificados que sacralizaban el lugar. Antes del arte ser arte, este asumía, entre otras, la espiritual función de introducir una realidad otra en el ciclo cotidiano de la vida para mostrar en su materialidad la escurridiza, aunque siempre presente, idea de la trascendencia.
Sujeta a esta función de señalamiento la escultura transitó el camino del monumento conmemorativo y se convirtió asimismo en la fijación material del cielo y del infierno con que la iglesia medieval y militante popularizaba e imponía las escrituras. La modernidad operó sobre esta funcionalidad una desterritorialización que anuló aquel sentido fuertemente simbólico de la localización.
La obra de Norberto Gómez restituye a la escultura aquella función sacralizante y conmemorativa, pero para burlarse de ella. Como en una suerte de disparates goyescos en tercera dimensión, la solemnidad operada por la lógica del monumento es desactivada y develada en sus contradicciones  y simulacros desde la eficacia de la parodia y de la cita. Con sus anti-monumentos, al apropiarse de aquella lógica representacional a través de la cual las naciones construyen una imagen identitaria y una historia oficial, acrítica y estereotipada cuyas tensiones reales el monumento contribuye a callar, al realizar sus personajes a partir de un montaje cuyas fragmentaciones e hibridaciones oscilan entre lo irónico y lo monstruoso, Gómez nos habla, con diferentes lenguajes y técnicas, una vez más de lo mismo.
En la década del 70 su arte viraba de una acética base geométrica y minimalista hacia una orgánica iconografía cargada de enérgico dramatismo, testimonio en clave escultórica del horror de la dictadura y sus prácticas. Amasijos en resina pigmentada de fragmentos anatómicos. Expresiones de cuerpos dislocados, mutilaciones y vísceras como testigos de l  tortura, huesos descarnados, tendones, fluidos solidificados. A esra estética del resto pertenecen las obras S/t (1978), Carroña (1979) que forman parte de esta exposición.
Subyace una crítica del mismo tenor en los objetos de tortura y sacrificio que a través de una resonancia medieval vehiculizan un nuevo ejercicio de memoria colectiva acerca de la violencia y sus instrumentos. Ejemplo de esta etapa es Nudo (1984-1997).
A lo largo de su recorrido la obra de Norberto Gómez desanda la dimensión trágica que constituye la historia. Como colorario de este trayecto discursivo y punzante, los anti-monumentos desnudan el costado obsceno de la construcción simbólica de la idea nación, consagratoria y cultual, celebratoria de lo heroico, conjugando en su estatuaria, al modo de un collage surrealista, nuestros pórticos de arquitectura funeraria, eclesiástica y oficial, sus molduras y gárgolas reminiscesntes del gótico, con garras y cuerpos alados, con personajes de investidura militar, o portadores de elementos jerarquizantes o de ocioso lujo.
En el conjunto de Gómez aquí presentado, entre el dramatismo y la sátira, entre la parodia y el simulacro; la omnipresencia de la crítica.

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