domingo, 17 de abril de 2011

Guillermo Rodriguez

Imágenes Paganas
por Mariano Serrichio


Hay en el arte del noroeste argentino un linaje de creadores que ha sabido entretejer la presencia de lo nativo con búsquedas formales innovadoras. Mitos, creencias, tradiciones, rituales de su región, han empapado sus obras con un tono y un sabor propios. En esa inteligente y sensible manera de rescatar la cultura popular, opuesta al tradicionalismo, se encuentra el escultor tucumano Guillermo Rodríguez, quien ha consolidado una obra reconocible a primera vista.
Sus esculturas están compuestas por piezas ensambladas y su material principal, aunque no el único, es el cardón, un cactus característico del noroeste argentino, cuya madera es utilizada tradicionalmente para pequeñas artesanías. Las hendiduras con forma de lágrima en la madera seca del cardón es lo que le da esa cualidad porosa a estas esculturas,  mientras que para las manos, pies o rostros, Rodríguez utiliza otro tipo de maderas; en estas partes se pone de manifiesto su oficio como escultor, que lo entronca con la tradición más realista y occidental del arte. Tal vez el ensamblado de las piezas sea un gesto más contemporáneo, al postular la obra como una conjunción de diferentes procesos. Da la impresión de que estas cualidades representan los caminos que ha seguido Guillermo Rodríguez en su desarrollo como artista.
Un detalle que salta a la vista, en estas esculturas, es el hecho de que estén pintadas. Su exuberante colorido y sus minuciosos diseños tienen un acento marcadamente popular, están emparentados con las artesanías y los atuendos de la gente del noroeste argentino. El escultor tucumano diluye así las fronteras que separan la disciplinas como la escultura y la pintura, y mezcla también la jerarquía que divide el arte de artesanía, por simple necesidad expresiva, para avanzar en la concreción de sus ideas.
El tema de estas esculturas se centra en un conjunto de deidades femeninas propiciatorias y protectoras. Divinidades extraídas de suceso naturales o de mitos, también objetos mágicos para conjurar poderes dormidos. De ahí que a Rodríguez se lo llame "imaginero". Pero no es un imaginero de la religión cristiana, con sus martirios y sus éxtasis, sino de la dulzura de los pueblos nativos, que no separaban a sus dioses del entorno natural. Un imaginador que busca por detrás de la colonización católica de las formas de devoción, nuevas imágenes sagradas para su gente.

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