domingo, 20 de marzo de 2011

Nora Correas


Recuerdos del futuro
por Santiago Castagnino Correas

Lejos en el tiempo, antes de que el mundo tuviese nombre, empezamos un camino serpenteante repleto de muerte y azar. Las transformaciones que han tenido lugar durante millones de años, los lentos y meditabundos cambios en las formas de vida que nos han traído hasta aquí, ya por la gracia de la mutación accidental, ya por la inconcebible adaptación progresiva al entorno, han demostrado ser sorprendentemente exitosas.
El homo sapiens es, aquí y ahora, el amo del destino de todos los seres vivos, así como del plantea que les dio cabida. Pero estas transformaciones, la paciente combinación de posibilidades que ha elevado al ser humano al dominio material del mundo, pueden también acarrear su destrucción.
La guerra, el producto innegable de nuestra historia en esta tierra, la persistente chispa de la xenofobia, son los elementos que han modelado nuestro ser y, sin embargo, hoy en día, amenaza nuestra supervivencia.
La inteligencia, tal vez un vago producto de nuestra necesidad de cooperar y cazar, puesta al servicio del acaparamiento irrestricto de bienes, utilizada para modificar profundamente el mundo que nos rodea, ha demostrado tener tanto poder para crear como para destruir.
El cerebro humano posee una capacidad combinatoria superior al número de galaxias en el universo conocido, y aún así, es probables que en algún momento, y quizás inevitablemente, hayamos tomado el camino equivocado. ¿Quién podría decirlo con certeza? Nadie, pues esta realidad es la única que conocemos. Somos el resultado de tantos hechos concretos, tan minúsculos, esparcidos durante tal cantidad de años, que sería imposible imaginar otra manera en la que podríamos ser nosotros.
Volvamos, entonces, hacia atrás, para tratar de comprender la magnitud de cada pequeño acto, cada paso desnudo en la nieve, cada huevo perdido en la tormenta, cada mirada sincera entre hermanos, cada célula muerta para que nosotros estemos aquí.
Vayamos, entonces, hacia adelante, cuando el mundo ya no tolere la plaga a la que ha dado cabida. Cuando debamos, nuevamente, adaptarnos o desaparecer.

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