domingo, 22 de mayo de 2011

Pablo Baena


Viaje de ida
por res
buenos aires, febrero de 2011 
De barro somos y el barro
Absorbe rápido el aceite
de la vida oleosa...

Juan Gelman


Pablo Baena es un artista contemporáneo porque mezcla diversos estilos desprejuiciadamente o, para ser más preciso, porque en su trabajo el estilo no es entendido como modo de expresar un sentido o de exponer ideas. Sin embargo, a diferencia de ciertos imperativos del arte contemporáneo, Baena no elabora estrategias de artista, no hace un culto a la carrera, no da importancia al "statement" o declaración de principios como no sea a través de sus obras, y no ha alterado durante décadas su modo de trabajo, aunque las modas fueran y vinieran.

Conozco a Pablo desde el año 1960. En ese entonces teníamos tres o cuatro años y asistíamos al primero de los dos jardines de infantes que cursamos en la Escuela Alejandro Carbó. Hicimos la primaria juntos y además de ser compañeros fuimos buenos amigos.

¿Qué mezcla Baena? Sin duda hay algunos post impresionistas, rastros del expresionismo abstracto y del informalismo europeo, de la nueva figuración argentina y hasta del neoexpresionismo. Pero también mezcla colores, mezcla o contrapone figuración e informalismo, o lo que podría confundirse como dos cuadros en una misma tela. Mezcla, en fin, la vida y la pintura, el taller y su casa, sus seres queridos surgen de su imaginación.

Existencialista. Sí, Baena tiene mucho de existencialista y pintar es su forma de relación del mundo.

Crecimos en esa parodia de democracia signada por la proscripción del peronismo, la influencia censurada de la revolución cubana, la Alianza para el progreso, Los Beatles, Los Gatos, las dictaduras y la activa resistencia obrero-estudiantil a la imposición de proyectos que eliminaban las conquistas sociales. Córdoba era un laboratorio. Una combinación de insdustrialización basada en el fordismo de segunda generación con una universidad que, para los parámetros actuales, cabría definir como popular. Córdoba, en fin, era la extraña coincidencia de siglos de tradición católica conservadora y un renovado clasicismo sindical.
Paros generales. La calle desierta. Se incubaba el cordobazo.

Baena ha pintado apegándose a estas tendencias en tanto ha dado especial valoración a lo gestual que hay en la pintura y al modo en que esto se ve materializado.

Y hasta aquí las semejanzas. Que no alcanzan. Que son insuficientes para aproximarnos a estas pinturas donde distintos planteos contraponen, se yuxtaponen o se enciman.
Pequeños personajes, aparentemente "naives" están ambientados en lo informe, que, de algún modo, parece reflejar algo siniestro o conflictivo.

Baena es un pintor vocacional. Ha pintado toda su vida porque, afirma, pintando es cuando se siente "más pleno". La vocación (del latín vocare: llamar) se cruza en sus pinturas con lo innombrable.
Pero en sus trabajos no hay una alegre bancarrota del lenguaje sino un doblez crítico. Reconocemos figuras, pero éstas aparecen bajo pinceladas de color enmarcadas en planos, puntos y líneas en los que el trazo da relieve al gesto y la actitud del autor, no como recurso decorativo sino sugiriendo que el mundo no es lo que pensamos.
Acentuando esta imposibilidad de acceder "figurativamente" a aquello que está allí afuera, de representar, en estos trabajos es frecuente ver un cuadro dentro, encimado o yuxtapuesto a otro totalmente diferenciado por su planteo formal.

El 29 de mayo de 1969 Pablo vivía cerca de la Plaza Colón y tenía doce años. Córdoba ardía a nuestro alrededor. Me pregunto en qué medida habrá influido en nosotros todo eso. De algún modo se habían perdido las formas. Las del comportamiento usual y las de muchos objetos: autos, semáforos, vidrieras, baldosas, fachadas de edificios...

La forma de pintar es lo suficientemente explícita. La mayor parte de lo que ocurre escapa a nuestra razón y al inconciente.Y cuando le pido motivos Pablo responde preguntando si deseo psicoanalizarlo, o si pretendo ser su novio...

Humor no le ha faltado a Baena para paliar el aguacero. Para seguir pintando en una Córdoba que se quebró hacia mediados de los setenta y aún no recupera sus inquietudes. Para seguir pintando en un país que por mucho tiempo sólo atinaba al sálvese quien pueda.

Desaparecieron las mayorías obrero-estudiantiles. En el Clínicas ya no hay pensiones llenas de futuros médicos y los robots se encargan del montaje. Pablo hace un chiste. Córdoba, o mejor dicho esa parte "seria" de Córdoba que maneja empresas y recursos intenta vanamente declarar superfluo o accesorio todo intento de creación que no tenga fines de rédito más o menos inmediatos. Que aguante el que pueda como pueda. Rápido acatarán la disciplina y abandonarán el intento. Pero Pablo no necesita aguantar. Necesita pintar y seguir pintando. Porque ese es su viaje, un viaje de ida. Pintar y seguir pintando. Una vida que demuestra la posibilidad de escuchar el llamado.

La obra de Pablo aún no puede juzgarse con parámetros externos a ella. Mientras no haya la suficiente distancia tendremos que contentarnos con aceptar que se sustente sobre sí misma y agradecer la posibilidad que presenta. Ciertamente un viaje de ida. Un salto sin red que apuesta a encontrar las manos del otro.

Como en sus pinturas, he yuxtapuesto deliberadamente mis recuerdos, las imágenes y algunos datos e ideas. He tomado la obra de Pablo Baena como modelo para escribir estas líneas, parodiando el modo en que él ha hecho de la pintura un modo de orientación en el mundo y de vivir la vida.

                                                                                                                            

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