domingo, 22 de mayo de 2011

Bernardo Ponce



Ponce: inviolable testimonio sensible
por Raúl Santana


"Lo próximo lejano" el título que da nombre al conjunto de obras que presenta Bernardo Ponce es un "oximoron" (figura contradictoria de retórica) que nos implica en una afección muy contemporánea. Al extremo que muchos pensadores y poetas han considerado al "oximoron" como una acertada metáfora de la vida actual; sobre todo por la vigencia de la globalización que viene  a alterar de manera contundente la pretérita  noción de espacio y tiempo aboliendo lejanías que traen como consecuencia la abolición de lo cercano o mejor dicho instalan lo lejano en la cercanía. Por otra parte ya es corriente el término "desterritorialización" que circula con mucha frecuencia entre algunos pensadores actuales.
Me apresuro a decir que como todo artista, consciente o no, Ponce está atravesado por aquellas problemáticas aunque pareciera resistirse a abandonar su propio espacio en el que conviven: su nacimiento, infancia y crecimiento en Santiago del Estero, sus posteriores viajes a Tucumán y desde hace años su residencia en Córdoba.
Desechando la desdichada noción de "actualidad" y con la solvencia que manifiesta su arte, Ponce está en otro viaje: atiende sus proximidades con pasión haciendo visibles singulares microcosmos con los que entrega su sensible testimonio, en los magníficos dibujos donde la línea es protagonista, en los que contrapuntean línea y valor o en las pinturas que continúan su moroso registro traduciendo a color los valores lumínicos abstractos de sus dibujos. Frente a su obra no pude dejar de recordar aquella frase del ilustre historiador Kenneth Clark que traduzco: "Los hechos se convierten en arte por medio del amor que los unifica y los alza hasta otro plano de realidad".
A poco de recorrer el currículum de Ponce encontramos que en 1950 comienza a tomar clases con Basilio Celestino, quien había sido discípulo y ayudante del gran Ramón Gómez Cornet. No cabe duda que la transmisión de Gómez Cornet a través de su ayudante llegó a Ponce, no sólo por la constante puesta en obra de un realismo intimista sino también por aquellas palabras de Gómez Cornet que configuran todo un programa: "Hombre de tierra virgen como es América, me solicitaban problemas dispares a los de la cultura europea. Nacía en mí el claro deseo de redescubrirnos, auscultar el pulso de nuestra propia existencia, saber lo que queríamos, adonde íbamos..." Magníficas palabras que hoy forman parte, lejos de ruido y la globalización, de la herencia simbólica de este gran artista llamado Bernardo Ponce.

Bernardo Ponce. El sino de una pasión americana 
por Alberto Petrina

Santiagueño aquerenciado en Córdoba desde hace ya tres décadas y media, Bernardo Ponce muestra hoy la obra tejida a lo largo de todo ese arduo tiempo, una obra bella y rigurosa cuyo inusual signo de síntesis no proviene de la limpieza posterior de lo superfluo, sino de una ascética renuncia previa. Mérito raro éste, aunque muy explicable en un discípulo del gran Gómez Cornet.
Grabador, dibujante y pintor de excepcional talento, Ponce frecuenta pocos y esenciales asuntos: el escenario áspero del Norte, que lleva siempre encendido en la memoria; el pueblo que lo habita y su inmutable circunstancia. Con austera insistencia, amarra su visión tanto a los rituales invariables del hombre -que abarcan desde la dimensión épica del mito a la prosa cotidiana de la cocina- como a su entorno de cactus y cardones, con la lujosa sorpresa de una flor que a veces se abre como un destello.
Su manera no cede nunca a la vulgaridad de la retórica. En todo caso, expresa esa medular metafísica que sabe, como Teresa de Ávila, "pasar de los éxtasis a los pucheros". Nada de inútil énfasis. Sus niños de Santiago no están allí para inspirar falsas piedades, sino para mirarnos cara a cara y decirnos, desde su desafiante silencio, que son el retoño de una raza milenaria y solar.
Dones casi extinguidos estos que nos ofrece Ponce. Especialmente si agregamos a ello que lo hace planteando un compromiso explícito con su tiempo y su gente, gesto que lo torna transparente para los corifeos inodoros, incoloros e insípidos del neoconceptualismo autóctono. Es así que en un mundo de vacuidad grosera y asfixiante, él nos regala un soplo de impalpable pureza. Su trazo magistral le permite encerrar al cosmos en el palpitante límite de la vida, siempre vulnerable y exiguo.
Esta preciosa exposición - que aúna la voluntad solidaria de los Museos Caraffa de Córdoba, Gómez Cornet de Santiago del Estero y Sívori de Buenos Aires-, viene por fin a concretar una demorada acción de rescate de la figura y la obra de Bernardo Ponce, sacándola del inmerecido cono de sombra al que lo relegara tanto su personal desdén por la notoriedad cuanto la ignorancia y el embrutecimiento crecientes de nuestro establishment crítico.
Cuando en 1956 Bernardo Canal Feijoo dedicó unas cariñosas palabras a un joven tocayo comprovinciano, amigo de familia, haciendo votos para que su arte brotase "del fondo de un sentimiento de su condición de hombre americano, y de la cosa y el drama de América", estaba estableciendo un vaticinio de incierto desarrollo. Sólo ahora sabemos que, más de medio siglo después y en la culminación de su camino, el Negro Ponce ha cumplido acabadamente la profecía implícita en aquel oráculo. Cada pincelada, cada incisión, cada rasgo por su mano han dejado inscripto el apasionado testimonio de su anunciado destino americano.



Las pasiones de Bernardo Ponce
por María Julia Oliva Cúneo

Por supuesto, en el plano absoluto que eran las salinas, sólo había que acertar con la dirección; el camino más corto se daba por sí mismo. Pero existían pequeñas desviaciones, a las que toda línea estaba expuesta, con efectos inevitablemente lejanísimos.
(César Aira, La liebre)
Las dos grandes pasiones en la vida de Bernardo Ponce son el arte y la política. Así lo aseguran quienes lo conocen desde siempre y así el mismo asiente.
La política es el espacio por excelencia en que su vida transcurre desde la infancia. La política y las bibliotecas. Las actividades de su padre y su círculo de intelectuales amigos lo relacionan desde muy temprano con la lectura y las problemáticas político culturales de Santiago del Estero, así como con figuras que son decisivas para su pensamiento y su formación, como el escritor Bernardo Canal Feijóo y el pintor Ramón Gómez Cornet.
Activo e informal partícipe del peronismo primero y orgánico militante del comunismo después, Ponce critica, sin embargo, dogmatismos partidarios e ideologías centralistas. Así como su padre le enseñara a leer el diario "de atrás para adelante", porque las noticias más importantes "son las de la sección local", la vida para Ponce empieza en Santiago y las políticas mesiánicas no asumen las ineludibles particularidades de la realidad del interior. Particularidades que serán en su obra plástica portadoras de una negación de los lugares comunes y las fórmulas establecidas del arte político. Pero la plástica es para Ponce una revelación posterior.
Habiendo frecuentado primero el taller de Gómez Cornet y su ayudante Basilio Celestino como un entusiasta de las conversaciones sobre arte, decide luego convertirse en protagonista de la práctica. Desde ese momento, las enseñanzas de Don Ramón son determinantes, incluso aquellas sucedidas  "entre azafrán y pimentón" en los paseos o desayunos en el mercado. También  las de Celestino en las calles del barrio aledaño al río, el mismo en el que Antonio Berni y los artistas del grupo Litoral toman, junto a Ponce, apuntes que trasladan luego a sus obras.
En tales escenarios de la ciudad y sus periferias, sus maestros le hablan de la importancia de una lectura permanente al andar, de la aprehensión de los colores y las formas del mundo cotidiano, de aprender a ver en lo cercano, un poco más allá.
Ponce trabaja el dibujo, la pintura y el grabado, incursionando en las variadas técnicas que ofrece cada lenguaje. Experimentaciones que no van en desmedro de importantes recurrencias iconográficas; las formas orgánicas y punzantes del paisaje santiagueño son una constante en su obra. Obra  que es también continente de personajes mitológicos, supersticiones y transposiciones zoomórficas, como la Umita y el Kakuy, testimonios de relatos populares que configuran, tanto como las pencas y los cactus, esa idiosincrasia proveniente de una misma geografía, la de Santiago.
En el mismo ejercicio del ver, la mirada de Ponce opera también una suerte de transmutación de los utensilios y elementos más próximos en temas de su obra, incluso como fragmentos de extraños e irreales paisajes perturbadores, por momentos surrealistas, por momentos silenciosamente metafísicos.
Su obra, en definitiva, da cuenta de una incansable búsqueda identitaria sin telurismos, que puede ser entendida como parte de un proceso ideológico más general. Es allí donde sus pasiones encuentran el modo de caminar juntas. Lejos de denotaciones, la ideología no asume en la obra de Ponce la forma de un explícito repertorio de contenidos sino el modo de un discurso de indagaciones y significaciones abiertas sobre otras posibles enunciaciones de lo ya dicho al nivel de la existencia próxima.
Esa misma ideología que importa también la preponderancia práctica de un hacer permanente, del oficio como parte constitutiva del proceso de intercambios que construyen la significación social.
Porque para Ponce lo importante es seguir aportando para cambiar el mundo, desde las bases, siempre.

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