domingo, 22 de mayo de 2011

Sara Galiasso






por Gabriel Gutnisky  


La palabra del inglés "serendipity" está traducida al español como "serendipia" pero aún no está incorporada como tal al Diccionario de la Real Academia. Significa realizar un descubrimiento inesperado gracias a un suceso fortuito o accidental. Aunque en términos generales se refiere a descubrimientos científicos creo que -por extensión- también cabría para describir la articulación sorpresiva que la obra de Sara Galiasso genera en el observador a través de la inesperada reutilización de labores artesanales de comunidades originarias y restos naturales engastados en estructuras de metal. El descubrimiento aludido con la extraña palabra mencionada al inicio del párrafo se produce por el enunciado que surge ante el quiebre del universo simbólico de esas labores tradicionales y el índice que señala la frágil subsistencia del dominio natural. 

En un momento en donde el mundo del arte ha devaluado la materialización o las habilidades específicas del oficio y se ha vuelto casi exclusivamente propositivo, la obra de Sara Galiasso se nos presenta como un juego dialéctico de opuestos, pero sin por ello difuminar los recuerdos disciplinares. En su doble condición, física y enunciativa, la obra de Galiasso se define en un plano apreciativo que se caracteriza por la tensión generada por cruces y convergencias -entre otras- natural/cultural, rural/urbano, artesanal/industrial. El propio gesto de la artista se retrasa -se restringe a la construcción de cajas-relicarios que como un río inmóvil recorre las paredes y líneas materializadas en el espacio con tubos de acero- para señalar precisamente ese grado de lealtad informal con experiencias culturales subalternas y su vínculo con la naturaleza.

Este encuentro entre mundos y formas de vida diferentes parece describir un perfil "casi antropológico" - en el sentido que Hal Foster le da al término- porque son los principios del artista-explorador-viajero que establecen las leyes de un juego que no hace hincapié en determinaciones sociales o históricas sobre las comunidades elegidas, ni sobre los materiales encontrados. Son elementos atesorados, que la artista reabsorbe como historia personal, como dato material de sus exploraciones de aficionada. Una marca biográfica que la artista necesita compartir en otro marco de existencia estética, en una secuencia de reconstrucción que tiende a fundir los órdenes involucrados con su propia huella, o dicho de otra manera, intentando asumir algo del otro en el seno propio. 

Se trata en definitiva de expandir la lógica de las cualidades sensibles que -sobre cualquier otro tipo de alegato- se percibe en término de conmoción táctil y de paradójica convivencia formal. Porque en la operación de dotar de nueva vida a los desechos se hace evidente que estos restos son, para Galiasso, encarnaciones del tiempo en la materia, índice de perduración, desterritorialización y transfiguración. No parece gratuito entonces relacionar este dispositivo, capaz de interconectar y expandir el concepto de temporalidad, con la definición del mencionado Foster que afirma "no hay ningún simple ahora: cada presente es un asíncrono, una mezcla de tiempos diferentes" y la obra de Galiasso parece querer hablar de los cambios, pero sin estabilizar el sentido, porque se configura cuando el sujeto-observador se apropia del aparato formal, no tanto en lo referido a la obra aislada sino a la reconstrucción de situaciones -encuentros- en la escenificación del espacio expositivo, en la cadena de coordenadas espacio-temporales que Galiasso propone como estrategia enunciativa.

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