sábado, 28 de mayo de 2011

Raúl Díaz


La figuración del misterio
por Mariano Serrichio


La obra de Raúl Díaz coincide en el momento de su primer despliegue de imágenes con los movimientos de retorno a la pintura que se manifiestan en los principales centros urbanos del mundo a fines de los '70, y que tuvieron su auge en los '80.  La transvanguardia italiana es, quizás, su fuente más nítida, en especial por el trabajo con la historia del arte. Aunque en el caso de Raúl Díaz, como ocurre con muchos artistas de lugares periféricos a los principales centros de producción, la cita toma forma de una apropiación y de una reelaboración. En la primera parte de su obra, aparecen los personajes y el mundo del circo, que vienen de Picasso, y un clima onírico, misterioso, que recuerda a los metafísicos italianos. No obstante, estos elementos son elaborados de una manera singular: los personajes del circo juegan, encuentran su amante, instalados en un espacio escenográfico que procura un marco de verosimilitud a la fantasía. Y un hecho curioso, aunque común a muchos de artistas de la periferia: los cuadros de Raúl Díaz tienen un rasgo deliberado de arcaísmo. Varios críticos los han comparado con frisos.  
Cuando uno observa su obra en el tiempo, se puede apreciar una especie de novela pictórica, por llamarla de algún modo. Cada cuadro es un pequeño relato, que dialoga con otro a través de los personajes, sus distintas posiciones y la variación en el color. En estos relatos no hay, sin embargo, nada evidente, son enigmáticos y poéticos. Da la impresión de que el hecho estético es, para Raúl Díaz, la indicación de un misterio, que ningún relato puede colmar.
Hay luego un movimiento de las figuras, con el paso de los años, que va desde los personajes circenses a otro conjunto: los durmientes, los amantes, la canoa. Lo escenográfico desaparece, se reduce a una sencillez hierática, y lo poético se vuelve más simple y despojado, pero más intenso. Aquí el misterio se revela de una forma más prístina; la voluntad figurativa se resuelve en gestos mínimos y precisos.
Se trata de un tránsito hacia la abstracción, que se  aclara y se define en esta nueva muestra, cuyo título  es "Andar en el agua". Raúl Díaz avanza en la desintegración de los elementos figurativos y de la pintura como género, mediante la transformación del acto de pintar en un proceso de producción más complejo, que culmina en las resinas. La figura está reducida al mínimo, casi a punto de desvanecerse. En los distintos soportes (resina, relieve, esculturas), Díaz plasma con mínimos elementos un concepto sutil e intransmisible, más sensación que idea, como lo es el movimiento del agua.

domingo, 22 de mayo de 2011

Sara Galiasso






por Gabriel Gutnisky  


La palabra del inglés "serendipity" está traducida al español como "serendipia" pero aún no está incorporada como tal al Diccionario de la Real Academia. Significa realizar un descubrimiento inesperado gracias a un suceso fortuito o accidental. Aunque en términos generales se refiere a descubrimientos científicos creo que -por extensión- también cabría para describir la articulación sorpresiva que la obra de Sara Galiasso genera en el observador a través de la inesperada reutilización de labores artesanales de comunidades originarias y restos naturales engastados en estructuras de metal. El descubrimiento aludido con la extraña palabra mencionada al inicio del párrafo se produce por el enunciado que surge ante el quiebre del universo simbólico de esas labores tradicionales y el índice que señala la frágil subsistencia del dominio natural. 

En un momento en donde el mundo del arte ha devaluado la materialización o las habilidades específicas del oficio y se ha vuelto casi exclusivamente propositivo, la obra de Sara Galiasso se nos presenta como un juego dialéctico de opuestos, pero sin por ello difuminar los recuerdos disciplinares. En su doble condición, física y enunciativa, la obra de Galiasso se define en un plano apreciativo que se caracteriza por la tensión generada por cruces y convergencias -entre otras- natural/cultural, rural/urbano, artesanal/industrial. El propio gesto de la artista se retrasa -se restringe a la construcción de cajas-relicarios que como un río inmóvil recorre las paredes y líneas materializadas en el espacio con tubos de acero- para señalar precisamente ese grado de lealtad informal con experiencias culturales subalternas y su vínculo con la naturaleza.

Este encuentro entre mundos y formas de vida diferentes parece describir un perfil "casi antropológico" - en el sentido que Hal Foster le da al término- porque son los principios del artista-explorador-viajero que establecen las leyes de un juego que no hace hincapié en determinaciones sociales o históricas sobre las comunidades elegidas, ni sobre los materiales encontrados. Son elementos atesorados, que la artista reabsorbe como historia personal, como dato material de sus exploraciones de aficionada. Una marca biográfica que la artista necesita compartir en otro marco de existencia estética, en una secuencia de reconstrucción que tiende a fundir los órdenes involucrados con su propia huella, o dicho de otra manera, intentando asumir algo del otro en el seno propio. 

Se trata en definitiva de expandir la lógica de las cualidades sensibles que -sobre cualquier otro tipo de alegato- se percibe en término de conmoción táctil y de paradójica convivencia formal. Porque en la operación de dotar de nueva vida a los desechos se hace evidente que estos restos son, para Galiasso, encarnaciones del tiempo en la materia, índice de perduración, desterritorialización y transfiguración. No parece gratuito entonces relacionar este dispositivo, capaz de interconectar y expandir el concepto de temporalidad, con la definición del mencionado Foster que afirma "no hay ningún simple ahora: cada presente es un asíncrono, una mezcla de tiempos diferentes" y la obra de Galiasso parece querer hablar de los cambios, pero sin estabilizar el sentido, porque se configura cuando el sujeto-observador se apropia del aparato formal, no tanto en lo referido a la obra aislada sino a la reconstrucción de situaciones -encuentros- en la escenificación del espacio expositivo, en la cadena de coordenadas espacio-temporales que Galiasso propone como estrategia enunciativa.

Pablo Baena


Viaje de ida
por res
buenos aires, febrero de 2011 
De barro somos y el barro
Absorbe rápido el aceite
de la vida oleosa...

Juan Gelman


Pablo Baena es un artista contemporáneo porque mezcla diversos estilos desprejuiciadamente o, para ser más preciso, porque en su trabajo el estilo no es entendido como modo de expresar un sentido o de exponer ideas. Sin embargo, a diferencia de ciertos imperativos del arte contemporáneo, Baena no elabora estrategias de artista, no hace un culto a la carrera, no da importancia al "statement" o declaración de principios como no sea a través de sus obras, y no ha alterado durante décadas su modo de trabajo, aunque las modas fueran y vinieran.

Conozco a Pablo desde el año 1960. En ese entonces teníamos tres o cuatro años y asistíamos al primero de los dos jardines de infantes que cursamos en la Escuela Alejandro Carbó. Hicimos la primaria juntos y además de ser compañeros fuimos buenos amigos.

¿Qué mezcla Baena? Sin duda hay algunos post impresionistas, rastros del expresionismo abstracto y del informalismo europeo, de la nueva figuración argentina y hasta del neoexpresionismo. Pero también mezcla colores, mezcla o contrapone figuración e informalismo, o lo que podría confundirse como dos cuadros en una misma tela. Mezcla, en fin, la vida y la pintura, el taller y su casa, sus seres queridos surgen de su imaginación.

Existencialista. Sí, Baena tiene mucho de existencialista y pintar es su forma de relación del mundo.

Crecimos en esa parodia de democracia signada por la proscripción del peronismo, la influencia censurada de la revolución cubana, la Alianza para el progreso, Los Beatles, Los Gatos, las dictaduras y la activa resistencia obrero-estudiantil a la imposición de proyectos que eliminaban las conquistas sociales. Córdoba era un laboratorio. Una combinación de insdustrialización basada en el fordismo de segunda generación con una universidad que, para los parámetros actuales, cabría definir como popular. Córdoba, en fin, era la extraña coincidencia de siglos de tradición católica conservadora y un renovado clasicismo sindical.
Paros generales. La calle desierta. Se incubaba el cordobazo.

Baena ha pintado apegándose a estas tendencias en tanto ha dado especial valoración a lo gestual que hay en la pintura y al modo en que esto se ve materializado.

Y hasta aquí las semejanzas. Que no alcanzan. Que son insuficientes para aproximarnos a estas pinturas donde distintos planteos contraponen, se yuxtaponen o se enciman.
Pequeños personajes, aparentemente "naives" están ambientados en lo informe, que, de algún modo, parece reflejar algo siniestro o conflictivo.

Baena es un pintor vocacional. Ha pintado toda su vida porque, afirma, pintando es cuando se siente "más pleno". La vocación (del latín vocare: llamar) se cruza en sus pinturas con lo innombrable.
Pero en sus trabajos no hay una alegre bancarrota del lenguaje sino un doblez crítico. Reconocemos figuras, pero éstas aparecen bajo pinceladas de color enmarcadas en planos, puntos y líneas en los que el trazo da relieve al gesto y la actitud del autor, no como recurso decorativo sino sugiriendo que el mundo no es lo que pensamos.
Acentuando esta imposibilidad de acceder "figurativamente" a aquello que está allí afuera, de representar, en estos trabajos es frecuente ver un cuadro dentro, encimado o yuxtapuesto a otro totalmente diferenciado por su planteo formal.

El 29 de mayo de 1969 Pablo vivía cerca de la Plaza Colón y tenía doce años. Córdoba ardía a nuestro alrededor. Me pregunto en qué medida habrá influido en nosotros todo eso. De algún modo se habían perdido las formas. Las del comportamiento usual y las de muchos objetos: autos, semáforos, vidrieras, baldosas, fachadas de edificios...

La forma de pintar es lo suficientemente explícita. La mayor parte de lo que ocurre escapa a nuestra razón y al inconciente.Y cuando le pido motivos Pablo responde preguntando si deseo psicoanalizarlo, o si pretendo ser su novio...

Humor no le ha faltado a Baena para paliar el aguacero. Para seguir pintando en una Córdoba que se quebró hacia mediados de los setenta y aún no recupera sus inquietudes. Para seguir pintando en un país que por mucho tiempo sólo atinaba al sálvese quien pueda.

Desaparecieron las mayorías obrero-estudiantiles. En el Clínicas ya no hay pensiones llenas de futuros médicos y los robots se encargan del montaje. Pablo hace un chiste. Córdoba, o mejor dicho esa parte "seria" de Córdoba que maneja empresas y recursos intenta vanamente declarar superfluo o accesorio todo intento de creación que no tenga fines de rédito más o menos inmediatos. Que aguante el que pueda como pueda. Rápido acatarán la disciplina y abandonarán el intento. Pero Pablo no necesita aguantar. Necesita pintar y seguir pintando. Porque ese es su viaje, un viaje de ida. Pintar y seguir pintando. Una vida que demuestra la posibilidad de escuchar el llamado.

La obra de Pablo aún no puede juzgarse con parámetros externos a ella. Mientras no haya la suficiente distancia tendremos que contentarnos con aceptar que se sustente sobre sí misma y agradecer la posibilidad que presenta. Ciertamente un viaje de ida. Un salto sin red que apuesta a encontrar las manos del otro.

Como en sus pinturas, he yuxtapuesto deliberadamente mis recuerdos, las imágenes y algunos datos e ideas. He tomado la obra de Pablo Baena como modelo para escribir estas líneas, parodiando el modo en que él ha hecho de la pintura un modo de orientación en el mundo y de vivir la vida.

                                                                                                                            

Bernardo Ponce



Ponce: inviolable testimonio sensible
por Raúl Santana


"Lo próximo lejano" el título que da nombre al conjunto de obras que presenta Bernardo Ponce es un "oximoron" (figura contradictoria de retórica) que nos implica en una afección muy contemporánea. Al extremo que muchos pensadores y poetas han considerado al "oximoron" como una acertada metáfora de la vida actual; sobre todo por la vigencia de la globalización que viene  a alterar de manera contundente la pretérita  noción de espacio y tiempo aboliendo lejanías que traen como consecuencia la abolición de lo cercano o mejor dicho instalan lo lejano en la cercanía. Por otra parte ya es corriente el término "desterritorialización" que circula con mucha frecuencia entre algunos pensadores actuales.
Me apresuro a decir que como todo artista, consciente o no, Ponce está atravesado por aquellas problemáticas aunque pareciera resistirse a abandonar su propio espacio en el que conviven: su nacimiento, infancia y crecimiento en Santiago del Estero, sus posteriores viajes a Tucumán y desde hace años su residencia en Córdoba.
Desechando la desdichada noción de "actualidad" y con la solvencia que manifiesta su arte, Ponce está en otro viaje: atiende sus proximidades con pasión haciendo visibles singulares microcosmos con los que entrega su sensible testimonio, en los magníficos dibujos donde la línea es protagonista, en los que contrapuntean línea y valor o en las pinturas que continúan su moroso registro traduciendo a color los valores lumínicos abstractos de sus dibujos. Frente a su obra no pude dejar de recordar aquella frase del ilustre historiador Kenneth Clark que traduzco: "Los hechos se convierten en arte por medio del amor que los unifica y los alza hasta otro plano de realidad".
A poco de recorrer el currículum de Ponce encontramos que en 1950 comienza a tomar clases con Basilio Celestino, quien había sido discípulo y ayudante del gran Ramón Gómez Cornet. No cabe duda que la transmisión de Gómez Cornet a través de su ayudante llegó a Ponce, no sólo por la constante puesta en obra de un realismo intimista sino también por aquellas palabras de Gómez Cornet que configuran todo un programa: "Hombre de tierra virgen como es América, me solicitaban problemas dispares a los de la cultura europea. Nacía en mí el claro deseo de redescubrirnos, auscultar el pulso de nuestra propia existencia, saber lo que queríamos, adonde íbamos..." Magníficas palabras que hoy forman parte, lejos de ruido y la globalización, de la herencia simbólica de este gran artista llamado Bernardo Ponce.

Bernardo Ponce. El sino de una pasión americana 
por Alberto Petrina

Santiagueño aquerenciado en Córdoba desde hace ya tres décadas y media, Bernardo Ponce muestra hoy la obra tejida a lo largo de todo ese arduo tiempo, una obra bella y rigurosa cuyo inusual signo de síntesis no proviene de la limpieza posterior de lo superfluo, sino de una ascética renuncia previa. Mérito raro éste, aunque muy explicable en un discípulo del gran Gómez Cornet.
Grabador, dibujante y pintor de excepcional talento, Ponce frecuenta pocos y esenciales asuntos: el escenario áspero del Norte, que lleva siempre encendido en la memoria; el pueblo que lo habita y su inmutable circunstancia. Con austera insistencia, amarra su visión tanto a los rituales invariables del hombre -que abarcan desde la dimensión épica del mito a la prosa cotidiana de la cocina- como a su entorno de cactus y cardones, con la lujosa sorpresa de una flor que a veces se abre como un destello.
Su manera no cede nunca a la vulgaridad de la retórica. En todo caso, expresa esa medular metafísica que sabe, como Teresa de Ávila, "pasar de los éxtasis a los pucheros". Nada de inútil énfasis. Sus niños de Santiago no están allí para inspirar falsas piedades, sino para mirarnos cara a cara y decirnos, desde su desafiante silencio, que son el retoño de una raza milenaria y solar.
Dones casi extinguidos estos que nos ofrece Ponce. Especialmente si agregamos a ello que lo hace planteando un compromiso explícito con su tiempo y su gente, gesto que lo torna transparente para los corifeos inodoros, incoloros e insípidos del neoconceptualismo autóctono. Es así que en un mundo de vacuidad grosera y asfixiante, él nos regala un soplo de impalpable pureza. Su trazo magistral le permite encerrar al cosmos en el palpitante límite de la vida, siempre vulnerable y exiguo.
Esta preciosa exposición - que aúna la voluntad solidaria de los Museos Caraffa de Córdoba, Gómez Cornet de Santiago del Estero y Sívori de Buenos Aires-, viene por fin a concretar una demorada acción de rescate de la figura y la obra de Bernardo Ponce, sacándola del inmerecido cono de sombra al que lo relegara tanto su personal desdén por la notoriedad cuanto la ignorancia y el embrutecimiento crecientes de nuestro establishment crítico.
Cuando en 1956 Bernardo Canal Feijoo dedicó unas cariñosas palabras a un joven tocayo comprovinciano, amigo de familia, haciendo votos para que su arte brotase "del fondo de un sentimiento de su condición de hombre americano, y de la cosa y el drama de América", estaba estableciendo un vaticinio de incierto desarrollo. Sólo ahora sabemos que, más de medio siglo después y en la culminación de su camino, el Negro Ponce ha cumplido acabadamente la profecía implícita en aquel oráculo. Cada pincelada, cada incisión, cada rasgo por su mano han dejado inscripto el apasionado testimonio de su anunciado destino americano.



Las pasiones de Bernardo Ponce
por María Julia Oliva Cúneo

Por supuesto, en el plano absoluto que eran las salinas, sólo había que acertar con la dirección; el camino más corto se daba por sí mismo. Pero existían pequeñas desviaciones, a las que toda línea estaba expuesta, con efectos inevitablemente lejanísimos.
(César Aira, La liebre)
Las dos grandes pasiones en la vida de Bernardo Ponce son el arte y la política. Así lo aseguran quienes lo conocen desde siempre y así el mismo asiente.
La política es el espacio por excelencia en que su vida transcurre desde la infancia. La política y las bibliotecas. Las actividades de su padre y su círculo de intelectuales amigos lo relacionan desde muy temprano con la lectura y las problemáticas político culturales de Santiago del Estero, así como con figuras que son decisivas para su pensamiento y su formación, como el escritor Bernardo Canal Feijóo y el pintor Ramón Gómez Cornet.
Activo e informal partícipe del peronismo primero y orgánico militante del comunismo después, Ponce critica, sin embargo, dogmatismos partidarios e ideologías centralistas. Así como su padre le enseñara a leer el diario "de atrás para adelante", porque las noticias más importantes "son las de la sección local", la vida para Ponce empieza en Santiago y las políticas mesiánicas no asumen las ineludibles particularidades de la realidad del interior. Particularidades que serán en su obra plástica portadoras de una negación de los lugares comunes y las fórmulas establecidas del arte político. Pero la plástica es para Ponce una revelación posterior.
Habiendo frecuentado primero el taller de Gómez Cornet y su ayudante Basilio Celestino como un entusiasta de las conversaciones sobre arte, decide luego convertirse en protagonista de la práctica. Desde ese momento, las enseñanzas de Don Ramón son determinantes, incluso aquellas sucedidas  "entre azafrán y pimentón" en los paseos o desayunos en el mercado. También  las de Celestino en las calles del barrio aledaño al río, el mismo en el que Antonio Berni y los artistas del grupo Litoral toman, junto a Ponce, apuntes que trasladan luego a sus obras.
En tales escenarios de la ciudad y sus periferias, sus maestros le hablan de la importancia de una lectura permanente al andar, de la aprehensión de los colores y las formas del mundo cotidiano, de aprender a ver en lo cercano, un poco más allá.
Ponce trabaja el dibujo, la pintura y el grabado, incursionando en las variadas técnicas que ofrece cada lenguaje. Experimentaciones que no van en desmedro de importantes recurrencias iconográficas; las formas orgánicas y punzantes del paisaje santiagueño son una constante en su obra. Obra  que es también continente de personajes mitológicos, supersticiones y transposiciones zoomórficas, como la Umita y el Kakuy, testimonios de relatos populares que configuran, tanto como las pencas y los cactus, esa idiosincrasia proveniente de una misma geografía, la de Santiago.
En el mismo ejercicio del ver, la mirada de Ponce opera también una suerte de transmutación de los utensilios y elementos más próximos en temas de su obra, incluso como fragmentos de extraños e irreales paisajes perturbadores, por momentos surrealistas, por momentos silenciosamente metafísicos.
Su obra, en definitiva, da cuenta de una incansable búsqueda identitaria sin telurismos, que puede ser entendida como parte de un proceso ideológico más general. Es allí donde sus pasiones encuentran el modo de caminar juntas. Lejos de denotaciones, la ideología no asume en la obra de Ponce la forma de un explícito repertorio de contenidos sino el modo de un discurso de indagaciones y significaciones abiertas sobre otras posibles enunciaciones de lo ya dicho al nivel de la existencia próxima.
Esa misma ideología que importa también la preponderancia práctica de un hacer permanente, del oficio como parte constitutiva del proceso de intercambios que construyen la significación social.
Porque para Ponce lo importante es seguir aportando para cambiar el mundo, desde las bases, siempre.

domingo, 15 de mayo de 2011

José Pizarro


Espectro y Razón
por Carina Cagnolo, curadora

Fantasma per se es un conjunto de obras que abarca el trabajo de los últimos años. Los diversos géneros discursivos, desde el dibujo y la escritura sobre papel, la pintura, las construcciones objetuales, la fotografía, hasta incluso el discurso crítico sobre la obra, componen diferentes momentos[1]  lógicos en la apertura de sentidos.  Son obras cuya razón singular abre tanto niveles de interpretación y lectura, como obturación de la significación. Mientras es posible comprender fragmentariamente códigos convencionales (reconocimiento iconográfico, comprensión de la palabra escrita), se clausura el sentido como representación simbólica, como comunicación integral de un "mensaje" textual. Imagen e iconoclastía en el mismo momento. La representación constituye a la escena, la escena se aísla de su referente.  Existe un repertorio de elementos que conforman la obra: el paisaje cotidiano de la vista de la ciudad (Córdoba, o cualquier otra); o la actitud contemplativa frente al paisaje extraordinario (la belleza natural); objetos diversos encontrados, apropiados y significados dentro del sistema autónomo de la obra – seleccioné hojas, palos y flores del patio-;el tránsito por la ciudad -siempre guardaba unos pasos para caminar por el centro del bulevar, el aire y el sonido de la ciudad-; una intensa y consecuente investigación teórica vinculada a la producción artística; la silueta; el mandala; la geometría; la lectura –los libros-;la palabra; el mendigo.


La figura del fantasma evoca una especie de negación: el espectro (imagen efímera y fugaz) inverosímil de un cuerpo que ya no está. Su presencia es presencia de una ausencia. Fantamasgórica puede ser tanto una figuración imaginaria como una ciudad inexistente. La ciudad está y no está. La ciudad es difícil de encontrar. Imagen inasible, carente de cuerpo, reconocible sólo por cortos instantes, e inexplicable por medio de una racionalidad habitual.
Donde los códigos de expiación sensible reconocen a estas fallas como referentes de lo que ha desaparecido. Porque en definitiva se trata de alejarse de los cuerpos estandarizados, de los entes corruptos y de la tolerancia de la estética de suministrar algo que pueda hacernos ver claramente lo que existe.
            El fantasma se configura también a través de una dimensión temporal: El pasado que vuelve –en apariencia- niega su propia existencia. La imagen es un despojo (o ruina) de lo que fue. Dimensión paradójica: Se afirma como signo de los principios formales que lo constituyen, pero conlleva una negatividad intrínseca. Como el vampiro frente al espejo[2], la imagen del fantasma tampoco es un fiel reflejo de su cuerpo. La relación objeto-imagen es necesariamente inaprensible. En su apariencia espectral, niega su materialidad corpórea.
           En Fantasma per se, una búsqueda antropológica se efectúa en el intento de responder una pregunta ontológica: ¿Quién es José Pizarro? Ante el evidente fracaso de encontrar una respuesta, la obra se erige como la negación dialéctica a esta pregunta, mostrándonos la imagen como apariencia fantasmagórica; e imagina el encuentro con el simulacro de alguna subjetividad fáctica (el mendigo o el artista). Algún José Pizarro y su intrínseca negación.
            La evidencia  más elocuente de esta relación dialéctica en el interior de la obra la vemos, probablemente, en la serie de fotografías Canción de la risa. Esta compone la apertura lógica del trabajo comprendido entre 2006 y 2007 y que encontrará su momento autocrítico en etapas más recientes. La búsqueda de un yo-otro, el ensayo de subjetividades ajenas, resultado de la reflexión ontológica sobre sí mismo y de la experiencia autobiográfica, se constituyen como elementos de una posición reflexiva: José Pizarro radicaliza subjetividades ficticias, llevando al extremo su propia alienación. Recuerdo a un mendigo que caminaba por las calles de Madrid en los años noventa. Otro mendigo en la plaza del Sendero en Córdoba. Y sobre todo uno muy particular en Elena, en mi niñez. La imposibilidad de respuesta a la pregunta ¿Quién es?, sin alienación y sin locura, es una crítica que encuentra su blanco en la categoría de identidad, a la vez que una puesta en relieve de la fragmentación de la subjetividad contemporánea. El arte aquí- y esta obra en particular- es el espacio propicio de autorreflexión.
Siempre tuve la impresión que la negación del gesto teatral no era suficiente para designar la falta de humanidad que podía alojarse en lo artístico cuando se daba cuenta   del montaje primario de falsificación. Pero era el arte (la fotografía misma) la que dejaba escapar la posibilidad que nacía tras la decisión de ejercer como mendigo.


En muchos casos, el dibujo da lugar al origen de las ideas. Es desde donde comienza la construcción poética que será explorada en otros géneros. Desde donde parece establecerse una noción de orden y de sistema que se vislumbra luego en todo su trabajo.
Se efectúa allí el encuentro con procedimientos primarios y directos: la copia de fotografías, la emulación de la grafía escritural y su negación sistemática del lenguaje convencional, los arquetipos gráficos –la forma mandala-, la iteración de elementos formales.
          La figuración de la mano es un elemento recurrente desde donde se articula la autorreflexión ontológica presente en la pregunta  sobre la identidad. Esta aparece en la copia de la silueta y en la mancha de los dedos sobre el papel –como artífice de un ritual mágico-; para transfigurarse en garabato o en palabra, en gesto o en figura. La grafía, la escritura y la mancha formalizan su propia autonomía tras la batalla dialéctica entre materia, por un lado, y cuerpo y gesto, por otro. En el enorme corpus de dibujos existentes, estamos en presencia de una dimensión temporal: El tiempo de ejecución es equivalente al tiempo de lectura.[3]


Los tópicos del modernismo en el arte constituyen un problema recurrente en estas obras. Son momentos lógicos que tienen su origen en un profundo estudio de la historia y la teoría del arte. En un despliegue de excelencia técnica, las pinturas de José evidencian un recorrido que va de la abstracción geométrica al gesto informal.
Pero lejos de tratarse de una catalogación de estilos, el modernismo es explorado críticamente, aislando elementos formales para su análisis y reconfiguración dentro del discurso contemporáneo[4] de una poética propia. Estas imágenes de la historia del arte surgen como cuerpos espectrales. Frutero y Vaso, de Braque; Elemento mecánico sobre fondo rojo, de Léger; Fuente, de Duchamp; Cuadrado Negro, de Malevich, entre otras, son sólo reconocibles a tientas. Se reafirma otra vez un movimiento dialéctico, entre pasado y presente, cuyo resultado es la potencia contemporánea de una muerte del arte. Tensión paradojal, además, entre estilemas y autorreferencialidad.
               Mediante la técnica del Hard-edge (borde neto) –presente aun en pinturas gestuales- y el uso de la saturación y contraste del color, accedemos a una visualidad impactante. A la vez que sostiene su actualidad de manera contundente, las pinturas -y los objetos- se conectan con tópicos de la vanguardia modernista: La noción de autonomía, la tendencia hacia el formalismo en la geometría, la combinatoria de elementos provenientes de contextos diferentes, etc. Sin embargo, estas conexiones se establecen desde el propio sistema crítico inmanente, que se despliega tras el choque de estos fragmentos discursivos. El cuadrado negro y la síntesis fantasmagórica de su propio cuerpo; la firma de Richard Mutt y la síntesis icónica del objeto; la silueta de la ciudad sin nombre y el despliegue de elementos creados digitalmente a partir de lo natural, conviven en la actualidad de la pintura.
Cuando veo estos trabajos llego a la conclusión de que en ellos la tensión original entre la cita (a la modernidad) y sistema creativo autónoma se hayan en cortocircuito, seguramente la capacidad intrínseca de esta de esta asociación/disolución jerarquice el idioma del significado.


La ciudad es otro momento crítico en la formalización artística.
También como figura espectral, aparece fragmentaria y sintética en el dibujo, en la pintura, en la escritura. Se trata siempre de una ciudad que podría ser cualquiera. En ese estereotipo, se transforman en un espacio vacuo, desde donde el sentido se despliega sólo a partir de la tragedia necesaria de su no-identidad. Es por ello que todo lo que la ciudad designa, verdad y existencia, luz y sombra –por un lado; ficción y heroísmo, color y pose…son sólo meros recursos que al determinar identidad empobrecen a la entidad que designan.
           La ciudad, sin identificación, es una anti-utopía donde la existencia humana transcurre inevitable. Crítico a una empatía romántica con el paisaje urbano, José establece dialéctica con la ciudad, desde la Razón discursiva de la poética de la obra.
Es por ello que la apropiación del concepto ciudad en consonancia con la representación simbólica no hacen más que dar vida a una ciudad que no existe, que sin embargo posee imagen de ciudad y es habitada por un hombre visible.
Las ruinas del campo de batalla. Adorno definía el arte moderno como una lucha entre construcción y expresión. La propia obra, en su inmanencia, es el campo de batalla donde esa lucha se concreta.
Allí donde construcción es síntesis, totalidad, integración, orden, homogeneidad, consonancia, símbolo; expresión, por el contrario, es pluralidad, desintegración, fragmento, disonancia, heterogeneidad, negación del sentido, alegoría. La expresión  se convierte así en la crítica inmanente de la construcción del sentido como totalidad.
Es decir, su separación, su desintegración. El principio de construcción en el arte comienza en el intento de dar forma, orden y presencia a la caducidad de lo bello natural. La obra, lejos de tratarse de una ilusión simbólica de la realidad (de la naturaleza), se constituye en apariencia, que es la ruina de esa contradicción paradojal, con estatus de imagen.[5]    

Cada momento en Fantasma per se, puede leerse como la evidencia de esa relación paradojal, donde se clausura la racionalidad convencional –interpretaciones simbólicas-, a favor de una apertura: una Razón –otra, aquella que le es singular y propia del sistema discursivo de la obra. O, como lo dice José, su sistema creativo autónomo.
Todo sistema posee una razón de estar fuera de las leyes del entendimiento-

Otra voz espectral nos susurra al oído “Yo destruyo los cajones del cerebro…”[6]      


[1] Es decir, allí donde se encuentran relaciones posibles entre elementos, focos de significados, fragmentos de representación, apertura autorreflexiva, proposición lógica, contemplación estética.
[2] Joan Fontcuberta. Elogio del Vampiro. En El Beso de Judas. Fotografía y Verdad. Gustavo Gilli. Barcelona. 1996
[3] Xavier Franquesa. El Dibujo como Escritura del Material. En Gómez Molina, Juan José. Las Lecciones del Dibujo. Cátedra. Madrid, 1995.
[4] Con contemporáneo me refiero a que es capaz de ser crítico de su propio tiempo histórico-cultural; no a que contiene rasgos canónicos, estilizados, de “contemporaneidad” artística
[5] Teodoro Adorno. Teoría Estética. Akal, Madrid.
[6] Tristán Tzara. Manifiesto Dadá. 1918.


Eduardo Stupía



Oráculos en el aire y otras floraciones
por Mariana Robles

"El pintor ha encontrado la respuesta y sólo hallará las 'palabras pictóricas', los 'poemas de la experiencia' con los que será posible re-crear  aquella misma realidad -la otra, la que 'no puede ser expresada'- ".
Osvaldo Svanascini. Conceptos sobre el arte oriental

  En algunas cosmogonías antiguas la naturaleza se concibe como una emanación constante y voluptuosa que, más allá de cualquier concepto, siempre excede y agrieta las palabras. Las montañas y sus deslices rocosos, el torrente de agua por el que se precipita un arroyo y su intricada colección de piedras, son apariciones y ocurrencias particulares en el infinito de la materia.
La totalidad, en los dibujos de Eduardo Stupía, se produce y despliega gracias a una intervención fluida del cuerpo en el plano abierto del papel. La línea, que en ningún caso puede distinguirse como efecto del movimiento, es una danza y por lo tanto lo que a sí misma, rítmicamente, se piensa dibujando. Así, la contemporaneidad se desliza en la configuración de un tiempo propio, inseparable en su devenir de las configuraciones del espacio. Toda y casi cualquier micro-proyección de la muerte encuentra su reducto de estas irradiaciones reptantes de extraña fragilidad.
    En Stupía, su cualidad cosmogónica imagina un movimiento originario y una figuración que, por ilimitada, se transfigura en inasible. Su creación como una poesía extrema se define en las rugosidades de un modo habitado, por siempre, al margen de la realidad establecida. El horizonte plateando es la irrupción de una manifestación estridente que afirma el poder desencadenante de la fantasía y el ensueño. Sus dibujos y grafías pueden remitir, por ejemplo a Escuchando el viento de los pinos de Ma Lin y a Cartas de amor de Jean-Honoré Fragonard. Alternativamente combina y superpone las floraciones de diversas regiones de la historia hasta descubrir, en sus representaciones, el velo de un reino oracular.